Miembro de la tercera generación de una saga de joyeros que comenzó con Josep Masriera Vidal (1810-1875), inició su formación con su padre, Josep Masriera i Manovens (Barcelona 1841-1912), joyero y pintor. J. Vilaseca fue el arquitecto encargado de construir el taller de esta familia en Barcelona (1882-1885; Bailèn, 72; actualmente un convento).
Paralelamente al trabajo en el taller de la familia, estudió en la Llotja. Posteriormente, pasó un tiempo en Suiza para aprender las nuevas técnicas del esmalte en el taller de Frank-Édouard Lossier. Poco después, en 1900, viajó a París, momento a partir del cual se entregó por completo al estilo modernista debido, en gran parte, a la influencia de la obra de René Lalique, aunque antes de este viaje algunas de las piezas de su taller ya mostraban una nueva estética.
Trabajando bajo la marca Masriera i fills, introdujo el esmalte plique-à-jour, y a él se deben también la innovación temática y la creación de un nuevo estilo de orfebrería que combinaba los tratamientos más tradicionales del metal con el esmalte traslúcido, y que configuraban lo que se dio a conocer como "esmalte de Barcelona". Las piezas más características de su producción son las joyas que representan una ninfa-insecto o rostros femeninos evocadores, combinando oro, piedras preciosas y esmalte. Como ejemplo de su producción destacaremos Penjoll amb Sant Jordi (Colgante con San Jordi, 1901; fondo MNAC). Gran parte de la obra de este artista se encuentra en colecciones como, por ejemplo, la de Masriera Carreras del Grupo Bagués.
Sin embargo, su producción se extiende también a obras de temática religiosa y a otros objetos, como la elaboración de la diadema que los catalanes ofrecieron a la reina Victoria Eugenia de España en 1906. Aquel mismo año dirigía y publicaba la nueva revista Estilo, de artes decorativas.
A partir de 1915 la casa Masriera y el joyero J. Carreras (véase hermanos Carreras) constituyeron la sociedad Masriera i Carreras. La dirección artística del taller seguía en manos de L. Masriera, y continuaron produciendo joyas que partían de los diseños modernistas. La firma, que sigue en activo como Bagués-Masriera, conserva el legado de la casa Masriera y Masriera-Carreras.
A lo largo de su vida cultivó la pintura, ámbito en el que plasmó el mismo tipo de temas, con elementos muy decorativos (Ombres reflectides [Sombras reflejadas], 1907; fondo MNAC), y participó con algunos cuadros en la Exposición de Bellas Artes de Barcelona y en la Sala Parés (Petritxol, 5), a principios del siglo XX.
A partir de los años veinte recuperó su interés de juventud por el mundo del teatro y se dedicó a trabajar como escenógrafo, con resultados muy positivos.