Se formó en el taller de J. Campeny como escultor, profesión que ejerció a lo largo de su vida, aunque al final de la misma se dedicó principalmente al mundo del teatro, ámbito en el que obtuvo éxito como comediógrafo.
Popularizó unas de las imágenes más características del Modernismo: figuras que representan un rostro femenino con cabelleras largas y de movimientos sinuosos, muy delicadas y de gran valor decorativo, que aplicaba en todo tipo de objetos; pero con lo que consiguió más éxito fue con sus jarrones esculpidos (Jardinera, 1903, o Cap de fada [Cabeza de hada], 1903; ambas en el fondo MNAC). El autor comercializaba estas piezas, de terracota policromada y seriadas, a partir de un catálogo.
Su obra obtuvo mucho éxito en el cambio de siglo, pero pronto cayó en declive. Fue entonces cuando decantó su producción hacia el mundo del teatro y el folclore popular, ámbito en el que ya había ido haciendo incursiones a lo largo de su trayectoria, elaborando, por ejemplo, los cabezudos de muchas fiestas populares.