Barcelona es una de las ciudades más destacadas entre las capitales europeas del Modernismo por el simple hecho de que acoge la mayor parte de la obra de Antoni Gaudí y de los otros grandes arquitectos de este movimiento: Lluís Domènech i Montaner, Josep Puig i Cadafalch, Joan Rubió i Bellver, Jeroni Granell i Manresa y tantos otros. Pero el Modernisme en Barcelona va más allá de la producción de unos arquitectos en concreto; también los industriales y los promotores se encarrilaron con entusiasmo hacia este nuevo estilo que trastocaba el lenguaje formal de la arquitectura y era arriesgado en el uso de las nuevas tecnologías al mismo tiempo que recuperaba los viejos oficios artesanales. Así pues, el Modernisme fue el estilo arquitectónico que mejor definió los objetivos de una nueva burguesía emprendedora que buscaba en una nueva moda un signo político de diferenciación de las tendencias y los gustos artísticos oficiales.
Hay una serie de hechos que justifican esta eclosión de la arquitectura en Barcelona. En primer lugar, la ocupación del Ensanche que Cerdà había proyectado en 1859 ofrecía una gran cantidad de superficie edificable y, en los primeros años del siglo XX, el centro comercial ya se había trasladado ahí. El incremento de la construcción hizo crecer la demanda de profesionales competentes y, en 1871, empezaron a impartirse clases en la Escuela de Arquitectura de Barcelona. También se multiplicaron las industrias subsidiarias de la construcción -paramentos cerámicos, cemento artificial, pavimentos, esgrafiados...- así como las dedicadas estrictamente a la ornamentación y a todo lo necesario para el menaje del hogar -mobiliario, sanitarios, cortinajes, alfombras, lámparas... Finalmente, en 1891, un cambio en las ordenanzas municipales hizo posible un nuevo modelo de ciudad que rompía con la regularidad de las fachadas que se había impuesto en el centro histórico. Además de permitir más profundidad y altura en los edificios, se dio licencia para que las fachadas presentaran diseños mucho más complejos que podían, por ejemplo, cubrir los balcones con tribunas, modificar la línea de cornisa y de coronamiento del edificio o levantar cúpulas y rotondas en las esquinas. Estos factores determinan un cambio radical en la concepción de la arquitectura de la vivienda y dan paso a la libertad compositiva del Modernisme.
Barcelona, a pesar de las demoliciones sistemáticas, consecuencia tanto del descrédito que tuvo el Modernisme hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX, como de la brutal expansión inmobiliaria que la ciudad ha sufrido, se ha convertido en punto de referencia en el desarrollo de este estilo.