Las construcciones modernistas de la ciudad de Ferrol se asientan sobre un proyecto de urbanización militar del siglo XVIII, conocido como el barrio de la Magdalena. Se trata de un ensanche de manzanas de planta rectangular que forman una retícula homogénea y que generó un tipo de edificaciones con grandes balconadas sobre la calle que fueron cubriéndose con galerías blancas de madera. Estas galerías son extensivas a muchas ciudades gallegas y crean un espacio de transición entre la calle y la vivienda que conviene al clima húmedo de la región.
El desarrollo del Modernismo en la ciudad es obra de un único arquitecto, Rodolfo Ucha Piñeiro, que dejó una extensísima producción. Ucha Piñeiro obtuvo el título de arquitecto en la Escuela de Madrid, en 1906 y, tan solo dos años después, se instaló como arquitecto municipal en Ferrol, donde desarrolló una larga trayectoria profesional, ejerciendo como arquitecto en activo hasta los últimos años de la década de 1970. Durante los primeros años de profesión, Ucha Piñeiro simultaneó los estilos historicistas, que reservaba para las obras públicas, con las obras privadas en que se permitía mayor libertad de composición. Aun así, la implantación del Modernismo como estilo en la ciudad de Ferrol fue tardía, hacia 1910, y diez años más tarde Piñeiro lo abandonó completamente. Paulatinamente fue depurando su lenguaje formal y orientándose hacia las nuevas corrientes racionalistas.
Los modelos de arquitectura de Rodolfo Ucha Piñeiro están muy influenciados por la arquitectura Art Nouveau belga: ventanas inscritas en formas circulares, uso arriesgado del hierro como elemento ornamental y constructivo y, sobre todo, el gran sentido decorativo que imponía a la fachada. Destacan las dos casas Pereira realizadas entre 1912 y 1913, con un diseño de la fachada muy elaborado. Tanto estas dos obras como la Casa Munduate (1910-1911) o la Casa Romero (1910) destacan por el valor decorativo de sus galerías. La Fonda Suiza (1916), por otro lado, es una muestra de cómo el lenguaje modernista puede integrarse en el gusto por la arquitectura neobarroca que se imponía en la mayoría de las grandes ciudades europeas.
Rodolfo Ucha, al igual que todos los arquitectos que trabajaban en el resto de ciudades gallegas, supo readaptar la tradición constructiva local: las clásicas galerías, en la fachada de la calle, sobre balcones en voladizo. Las estructuras de madera blanca se adaptan a las formas sinuosas del Modernismo y constituyen un modelo de la integración de nuevos estilos en construcciones ya existentes.