Tarragona se encuentra a orillas del Mediterráneo y tiene una antigüedad de por lo menos 2.500 años. Como muchas otras ciudades, durante la segunda mitad del siglo XIX inició el ensanche de la trama urbana más allá de los límites que le habían impuesto unas murallas que la rodearon casi desde su fundación y que habían condicionado su crecimiento y su fisonomía, dificultando su integración en un único núcleo de población.
Al tradicional predominio de las rentas clericales y las servidumbres impuestas por el ramo de la guerra, se fueron añadiendo las actividades comerciales generadas a partir de la consolidación del puerto, que recibieron un nuevo impulso con la llegada de la red del ferrocarril, así como la implantación de las delegaciones de la administración pública en su condición de capital provincial. Surgió una pequeña burguesía que resultó decisiva para el crecimiento de la ciudad. El eje vertebrador fue la nueva rambla, de la cual partían calles en dirección al mar. La ejecución del ensanche se prolongó hasta bien entrado el siglo XX, las limitaciones económicas le otorgarían un rasgo común: el predominio de la austeridad.
La arquitectura modernista se desarrolló en Tarragona a principios del siglo XX gracias a cierta reactivación económica y en el contexto ideológico de la Renaixença. En 1900 se fundó la Associació Catalanista de Tarragona, entidad adherida a la Unió Catalanista, significativamente presidida por el arquitecto modernista Lluís Domènech i Montaner, que dejó una obra en Tarragona, un mausoleo para Jaime I, un encargo de 1906 que en 1992 se instaló en un patio del Ayuntamiento.
En 1902 se inauguró el matadero municipal, edificio modernista que actualmente acoge el rectorado de la Universidad Rovira i Virgili, proyectado por Josep Maria Pujol de Barberà, un arquitecto prolífico en obras modernistas en Tarragona, autor también de las casas Ripoll (1913), situadas en un privilegiado mirador sobre el mar, la Cooperativa Obrera Tarraconense (1916-1918), las casas Musolas (1914) y Bofarull (1920), "la Chartreuse" (1903). En la Rambla Nova se puede admirar la Casa Salas (1907), un extraordinario edificio de Ramos Salas Ricomà, a quien debemos también la plaza de toros (1883-1885) y otros elementos ciudadanos representativos: el monumento a Roger de Llúria y la baranda del Balcón del Mediterráneo (1889).
Mención especial merece Josep Maria Jujol Gibert, discípulo y colaborador de Antoni Gaudí. A su genio se deben la reforma de la Casa Ximenis (1914), donde destaca la resolución de las aberturas de la fachada y la originalidad de las barandillas de los balcones, a los que incorporó unos asientos laterales, y los esgrafiados que decoran la fachada. Tiene además alguna obra menor: una capilla lateral de la iglesia de Sant Francesc y el camarín del convento de los padres Carmelitas (1919). Pero donde puso en juego su creatividad fue en el Teatro Metropol (1908-1910), ubicado en un espacio difícil en los bajos de un edificio que resolvió brillantemente con el uso de cavidades y formas insólitas inspiradas en un barco. Finalmente, Tarragona acoge también una obra de juventud de Antoni Gaudí: el altar de la iglesia de Nostra Senyora del Sagrat Cor (1910).